Lecturas y lectores: "El beso viajero" por Aída Arias

Por: Aída Arias (*)
Miro por la ventana y veo la luna, mágica, sobre las montañas.
Este cuarto pequeño es todo lo que me ha quedado, o mejor dicho, todo lo que me han dejado como pertenencia efímera.
Cada amanecer me ocupo de apagar velas y encender el fuego del hogar. Abro o cierro puertas y ventanas, según la estación del año. En verano todo es más fácil; en invierno el viento se cuela por las rendijas y congela todos los rincones.
Mi cuarto, pequeño, se mantiene caldeado. Escucho las toses de los pocos habitantes de la casa, enorme en medio del viento y el frío invernal.
Añoro la infancia, donde no debía ocuparme de nada ni de nadie; sólo era una niña dichosa que lo tenía todo. En la gran terraza se hacían reuniones de todo tipo: los artistas que amaba mi madre, los curas y las monjas que atraía la tía solterona, los políticos que invitaba mi padre para sostener su vida burguesa y próspera.
Sus hijos no hemos sido nada de lo que él hubiera soñado. El mayor corrió atrás de demasiadas mujeres, a su propia imagen y semejanza. El segundo, demasiado débil, se refugió en las polleras de la madre, para su gran desconsuelo y frustración. La pequeña, caprichosa, hizo siempre lo que quiso… y yo no pude hacer más nada que escribir, día y noche, sin otra ocupación aparente. Inventando mi propio universo, tan diferente al que él había construido.
La casa, unida al viento del invierno, cruje como un navío en la tormenta. Puertas y ventanas se cierran con estrépito; los pisos esconden rumores; los muebles chirrían secretos.
Me dedico a mirar por la ventana hasta que amanece; el sol está velado por la “foschia” que emerge del mar. El mar me devuelve su abrazo, frío y hermoso. No cambiaría este lugar por nada en el mundo!
Después que enciendo el fuego, me dedico a barrer los salones, la cocina, la escalera mayor. Dejo todo limpio y organizado antes del desayuno; luego habrá que hornear el pan y dar las indicaciones para el almuerzo y la cena, tareas que me llevan mucho tiempo.
El humor del padre, esquivo. Trata de ser amable, pero lo consigue muy raras veces. Ha logrado espantar a mi madre y hacer que la casa se vea cada vez más solitaria.
Los otros hijos también su fueron, alentados por tierras más pródigas. Seguramente ya no volverán.
En el mismo cuarto pequeño que me alberga, alimento al niño. Escondido desde su nacimiento, no crece demasiado, y tampoco habla. Se ha resignado a jugar con cosas mínimas: una cuchara robada de la cocina, dos o tres frascos viejos, algunos caracoles y piedras traídas del mar. Tiene unos ojos transparentes que me traspasan el alma. Y aunque no habla, siempre entiendo lo que necesita: un abrazo, abrigo, su leche caliente.
No me importa que no hable; sé lo poco que tiene para contar, siempre encerrado. Yo, en cambio, le canto canciones y cuentos de todo tipo. Cuando tengo que dejarlo solo –cosa que ocurre a cada rato para satisfacer las muchas necesidades de la casa grande- le canto desde lejos, y mi voz lo adormece.
Mi padre odia al niño, aunque nunca lo dice. Hace de cuenta que no existe, y yo trato de no dejarlo nunca a su vista. Así vamos por la vida, ellos y yo, atados al inmenso caserón.
El cuarto pequeño es mi reino, lo único que me resta. Mi cuarto y mi niño. Nunca cuento cómo ni dónde lo encontré. Para qué, si mi padre no me creería. Para él, la única explicación posible es el pecado.
A solas mientras comemos, los dos enfrentados a la mesa (también enorme), guardamos silencio.
Antes de salir a sus quehaceres, intenta lo imposible: me roza la mano y un beso leve acaricia mi pelo. No puede más que eso.
Mientras me quedo sentada un momento apenas, su beso atraviesa la sala, las puertas, las ventanas, la terraza, y llega al cuarto pequeño.
Siempre me enternece que mi niño, tan niño aún, recoja cada beso y lo transforme en un juguete maravilloso, imprescindible en su encierro cotidiano.
Barcelona, octubre de 2023
(*) (*): Escritora, profesora de Historia; trabajó en el CEAER (Centro de Especialización en Asuntos Económicos Regionales y en el ESRN Nº 47